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El síndrome de fatiga crónica (SFC) es el nombre con el que se conoce, a nivel popular, a la encefalomielitis miálgica.

Se caracteriza por el cansancio y agotamiento crónico, en el que se combinan síntomas de fatiga física persistente e inexplicable junto con el dolor difuso, trastornos del sueño y trastornos neurocognitivos y neurovegetativos.

Su fisiopatología es controvertida. Suele aparecer de forma repentina, produciendo un rápido deterioro de la salud y calidad de vida.

¿A qué se debe este síndrome?

Aunque el síndrome de la fatiga crónica está clasificado como una enfermedad neurológica, las últimas investigaciones han revelado que su origen es principalmente inmunológico y que, tanto el estrés oxidativo como una disfunción mitocondrial (donde las células y funciones corporales dejan de funcionar de forma óptima) podrían jugar un importante papel en el desarrollo de la patología.

La mayoría de las personas con este síndrome presentan buena salud antes de la aparición de la enfermedad. Cada vez cobra más fuerza la hipótesis de que la patología puede estar desencadenada por una infección viral o bacteriana. Esta infección originaria podría causar una disfunción del sistema inmunológico. Otros investigadores se plantean la posibilidad de que la exposición a ciertos pesticidas o insecticidas podrían intervenir en el desarrollo del síndrome de la fatiga crónica.

¿Cómo sé si tengo fatiga crónica?

Los síntomas de la fatiga crónica repercuten de forma negativa en la vida laboral y actividades personales de la persona.

  • • Fatiga persistente inexplicable que dura más de 6 meses (3 meses, en el caso de los niños).
  • • Dolor muscular, articular y malestar general.
  • • Cansancio crónico no relacionado con ningún tipo de ejercicio físico o mental intenso.
  • • Agotamiento ante el mínimo esfuerzo, físico o mental, y se mantiene durante más de 24 horas.
  • • Sueño no reparador, la persona sufre agotamiento crónico aunque duerma durante muchas horas.
  • • Cansancio persistente, incluso después de los períodos de descanso.
  • • Problemas neurológicos o cognitivos, tales como: confusión, pérdida de memoria a corto plazo, dificultad para concentrarse, desorientación, dificultades visuales, hipersensibilidad al ruido y a la luz.
  • • Alteración del sistema nervioso autónomo: dificultad para permanecer de pie, bajada repentina de la presión arterial al levantarse, mareos, palidez extrema, náuseas, síndrome del intestino irritable, micción frecuente, palpitaciones, arritmia cardíaca, entre otros.
  • • Alteraciones neuroendocrinas: inestabilidad de la temperatura corporal, por debajo de lo normal, períodos de sudoración, sensación febril, extremidades frías, intolerancia a temperaturas extremas.
  • • Debilidad inmunitaria con frecuentes dolores de garganta, infección de los ganglios linfáticos, aparición de gripe, alergias o intolerancias alimentarias.
  • • Cambios significativos de peso.