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La experiencia es una importante fuente de conocimiento y sabiduría. Desde tiempos remotos, las personas mayores han ocupado una posición clave en la sociedad. A ellos se les pedía consejo a la hora de resolver problemas, nadie mejor que ellos conocía el entorno y cómo obtener recursos y además el tiempo los había dotado de infinidad de historias que todo el mundo deseaba conocer.

Hace apenas tres siglos, el porcentaje de personas que alcanzaban edades avanzadas era muy limitado. Cuanto más retrocedemos en el tiempo más extraordinaria era la presencia de individuos que superaran los 60 años de edad. Esto también explica por qué el adulto mayor era una figura respetada a la que había que cuidar y atender. De sus sabias decisiones dependía el futuro de muchas personas.

Con la irrupción de la tecnología y la expansión del conocimiento, las enseñanzas de las personas mayores dejaron de ocupar ese lugar privilegiado. Poco a poco no solo fueron sus historias y lecciones las que cayeron en el olvido: también lo hizo el interés de esforzarse en el cuidado de personas que, desde el punto de vista práctico, ya no suponían un aporte de fuerza, protección o riqueza para la sociedad.

Así, los adultos mayores pasaron de convertirse en un valor añadido en ser una carga para la comunidad. Una visión reduccionista y sesgada sobre un grupo de población que, tanto entonces como ahora, sigue teniendo mucho que ofrecer. La experiencia acumulada es una riqueza que solo se obtiene con el tiempo.

Edadismo y exclusión: sombras de la tercera edad

¿Por qué ya no se valora tanto la importancia de las personas mayores en la sociedad actual? La vejez ha sido abordada desde diferentes perspectivas a lo largo de la historia. No obstante, desde hace varias décadas la percepción que las sociedades modernas tienen del adulto mayor se ha quedado bastante estancada.

El aumento de la esperanza de vida ha hecho que los principales países del planeta tengan una población cada vez más envejecida. Esto no solo le resta importancia al hecho de cumplir años sino que pone de manifiesto la aparición de nuevas necesidades con respecto al cuidado y la atención que merecen las personas de edad avanzada.

Pero ¿está la sociedad actual capacitada para asistir de forma adecuada a la población mayor? El problema tiene una doble cara: por un lado, la inoperancia de las administraciones públicas para ofrecer una respuesta eficiente a estas necesidades y, por otro lado, la incapacidad de muchas familias para afrontar con éxito el reto que supone cuidar de una persona mayor.

Ante estas circunstancias, la solución más sencilla ha sido la institucionalización en residencias. Pero esta alternativa no resuelve otros problemas como son el distanciamiento o la exclusión de la vida social, la falta de participación en decisiones importantes de la vida, la discriminación por edad (edadismo), el maltrato a personas mayores y la consolidación de estereotipos que convierten a las personas mayores en una ‘carga’ para la sociedad.